Es sabido que la vertiente suroeste del Macizo del Mont-Blanc es salvaje y dura, y que no está exenta de peligros. De hecho está denominada como el “Himalaya Alpino” por su aislamiento y su ambiente salvaje.
La aventura empieza en la Val Veny,
uno de los muchos y extraordinarios valles de la región italiana de Val d’Aosta. Desde el aparcamiento de
Plan Veny 1565m,
se empieza a caminar por el sendero que te lleva entre árboles,
ríos y una vía ferrata
A medida que uno se acerca al refugio ya respira aire de aventura
viendo las míticas cimas y los glaciares que lo rodean: Aiguille Noire 3773m y Aiguille Blanche de Peuterey 4112m, Cresta del
Brouillard y glaciar del Freney y del Brouillard. Después de cenar y dormir
bien, al día siguiente salimos con la primera luz sobre las 6.00 a.m. para
atravesar el glaciar del Brouillard en dirección a las “Aiguilles Rouges”
(Agujas Rojas) del Brouillard.
Después de atravesar el glaciar,
y de los primeros 3 largos de cuerda llegamos al terreno que iba a ser nuestra casa durante las siguientes horas. Escalada fácil (III-IV), pero con continuos sube y baja y con zonas de mucha inestabilidad de las rocas.
Poco a poco pasan las
horas, y al lógico cansancio físico y mental se añade un imprevisto que nunca
había vivido pero que siempre está presente y que puede pasarle a cualquiera:
mi compañero Ivan sufre demasiado el calor reinante, empieza a deshidratarse y
empiezan a fallarle las fuerzas. La situación se complica porque pasado el “Col de Brouillard”
no podemos volver porque hay que llegar al lugar del vivac para derretir
agua y beber.
Llegamos finalmente a la Punta Baretti 4013m, primero de nuestros objetivos, sobre las 19.00 y después de unas 13 horas de actividad.
Por una parte contentos al saber de estar más cerca del vivac, pero por la otra
personalmente preocupado por el estado de mi compañero que estaba muy cerca de
la extenuación. La noche se echaba encima y después de un par de fotos y un
breve vídeo con dedicatoria de la cima a Mathis,
continuamos nuestro camino.
Un par de horas más tarde, sobre las 21:00 llegamos
finalmente a nuestro vivac, que de todas maneras no era el que teníamos pensado
en el Col Emile Rey, pero que en aquellas circunstancias era como llegar al
paraíso.
A partir de ahí pasamos la noche derritiendo nieve y bebiendo,
comiendo algo y echando alguna que otra cabezadita. El cielo era un
espectáculo, se podían ver todas las estrellas en el firmamento, pero al mismo
tiempo había mucha preocupación por el ruido que ocasionaban los continuos
desprendimientos a nuestro alrededor.
Considerando las 15 horas de actividad del día anterior y el desfallecimiento de mi compañero, nos levantamos bastante recuperados y a las 6.00 a.m. estábamos en marcha para acometer el tercer día de nuestra aventura. Después de 1 hora y media más o menos estábamos en la cima del Mont Brouillard 4053m, gozando de un maravilloso amanecer en un lugar salvaje e inhóspito,
desde la cual podiamos ver toda la cresta hecha hasta ese momento.
Esta cima la dedico como
siempre a uno de los niños afectados por el “Síndrome de Sanfilippo”, y en este caso la dedicatoria de una de
las cimas menos frecuentadas de los Alpes va a David.
En el momento que empezábamos a bajar hacia el “Col Emile Rey 4012m”,
se produjo un gran desprendimiento de rocas
que fueron a caer justo en el punto por donde teníamos que pasar en unos 20-30
minutos para subir al Pico Luigi Amedeo
4469m.
La tensión reinante se podía palpar, pero llegados a ese punto no
había marcha atrás. Subir y llegar a la cima del Pico Luigi Amedeo, luego al
Mont Blanc de Courmayeur y luego al Mont Blanc era menos peligroso que
descender por la pendiente que lleva al Col Emile Rey y luego al glaciar del
Brouillard y al vivac Eccles 3850m.
La razón es porque esa pendiente es donde van a parar todos los
desprendimientos de esa pared, y vista la hora y la temperatura habría sido una
locura descender por ahí. Mi compañero y yo nos miramos y decidimos pasar por
el Col Emile Rey lo más rápido posible y luego afrontar los 3 largos de
escalada que eran la clave de toda la vía. Dicho y hecho llegamos al inicio del
primer largo y ahí empezó la odisea. Un diedro completamente húmedo, sin ningún
tipo de protección (grado IV+ pero no moderno sino clásico….) y con piedras que
caían a nuestro alrededor desde lo alto, sea por culpa de otras cordadas sea
por pequeños desprendimientos. La única nota positiva era que dentro del diedro
estábamos más o menos reparados. Después de mucha fatiga y cuando estaba
terminando el tercer largo del diedro y salía hacia una zona más fácil de la
pared sucedió lo que nunca me había sucedido en la montaña: sentí un enorme
ruido encima de mi cabeza y cuando miré para arriba vi que un gran desprendimiento
de rocas se había producido y venía justo por donde iba nuestra vía. Sin tiempo
para pensar salté hacia mi izquierda para evitar el desprendimiento y feliz y
afortunadamente la última protección aguantó mi peso. Un momento de absoluto
vacío interior me inundó y una indescriptible calma me hizo ver que estaba
bien. Aunque he descrito con palabras lo sucedido, no puedo hacer lo mismo con
las sensaciones vividas. Extrañamente a lo que se pueda pensar, o al menos en
mi caso, en situaciones límite uno reacciona con una frialdad increíble,
quedándose luego tranquilo y relajado en vez de nervioso, ansioso o angustiado,
viendo las cosas con una nitidez y clarividencia pasmosas. De hecho cuando llegué
a la reunión le expuse clara y tranquilamente a mi compañero que vista la hora
que era (alrededor de mediodía) y los continuos desprendimientos que hacían
imposible, o al menos muy muy peligroso, continuar subiendo o descender, la
única opción para salir de allí era llamar al helicóptero. Algo que ni se me
había pasado por la cabeza en 8 años haciendo montaña lo vi clarísimo en ese
momento. Estábamos en una situación sin salida y había que reaccionar
rápidamente. Dicho y hecho llamamos al 118 que es el número del Socorro Alpino
y después de contarles lo sucedido y la situación en la que estábamos
coincidieron en que la única solución segura era la de que vinieran a
rescatarnos. Seguir subiendo o intentar bajar hubiera sido como jugar a la
ruleta rusa. Después de unos 30 minutos esperando (por suerte logramos
encontrar un sitio debajo de un pequeño techo que nos protegía de los
desprendimientos) apareció el helicóptero y nos sacó de allí en medio de
constantes desprendimientos de rocas no sin alguna que otra dificultad.
Realmente una experiencia impresionante en todos los sentidos.
Han pasado 2 días y después de darle muchas vueltas uno llega a la conclusión de que siempre se pueden hacer mejor las cosas, pero también de que cuando uno va a hacer ciertas cosas en la montaña sabe que está expuesto a muchas situaciones incontrolables. El hecho del desfallecimiento de mi compañero el segundo día jamás hubiera pensado que pudiera ocurrir ya que es muy fuerte físicamente y ya habíamos hecho vías de muchas horas otras veces sin ningún tipo de problema. Este hecho hizo que hiciéramos el vivac en un lugar no previsto y que empezáramos a escalar unas 2 horas más tarde los 3 largos de la vía el tercer día, pero también es cierto que si hubiéramos llegado antes igual nos hubiera pillado el desprendimiento que vimos cuando estábamos en la cima del Mont Brouillard…. Es cierto que la temperatura de estos últimos días era alta, lo cual propicia los desprendimientos, pero también es cierto que el Guía que gestiona el refugio me había dicho que varias cordadas habían hecho la vía en los días precedentes y que no había pasado nada. Técnicamente la vía estaba dentro de mis posibilidades….. Lo dicho, después de darle muchas vueltas analizando los posibles errores cometidos, uno llega a la conclusión de que cuando se van a hacer ciertas cosas en la montaña jamás existe el riesgo cero por mucho que uno intente atar todos los cabos. De hecho si hubiera riesgo cero y todo estuviera controlado no habría aventura ni crecimiento personal. Como decía el gran Gaston Rebuffat: “la verdadera aventura comienza cuando uno sabe que no puede volver atrás”.
En fin, no creáis que soy masoquista, pero estoy contento de haber vivido esta experiencia porque me ha llevado un paso más allá en mi camino interior para descubrir cosas de mi mismo y porque sigo avanzando en mi proyecto de escalar las 82 cimas de 4000 metros de los Alpes para ayudar a estos maravillosos niños que padecen el “Síndrome de Sanfilippo”, que me dan fuerza y energía y que para mí ya se han convertido en los “Ángeles guardianes de Sanfilippo”.
Lo sucedido me ayudará en el futuro a ser más precavido y conservador si cabe, y a apreciar más todavía el gran privilegio que es poder vivir la vida y poder compartir experiencias tan extraordinarias con personas como mi amigo y compañero Ivan Peri.
Para la gente que quiera ayudar a “Stop Sanfilippo”, en este enlace pueden leer como hacerlo.
Para ver más fotos de esta y de otras subidas podéis ir a mi galería Flickr, y para los que queráis ver otros vídeos, visitad mi galería YouTube.
Un saludo a todos y os animo a acompañarme y a ayudarme en este proyecto de “Escalando con Sanfilippo”. Estos niños necesitan una cura, y vuestra ayuda es fundamental.
Un saludo y hasta pronto,
Isma
PD: la cima de la Punta Baretti ha sido la numero 69 de mi lista de 4000 de los Alpes y tiene una especial dedicatoria para mi amigo Oscar Outeiriño. Lo prometido es deuda. Un abrazo.
Un fenómeno de persona Ismael Santos. Muchas gracias Ismael y espero que alcances pronto las cien cimas y sobre todo que disfrutes haciéndolas que es lo realmente importante.
Un fuerte abrazo!!!
Publicado por: Oscar Outeiriño | 23 agosto 2012 en 17:52
Ismael me alegro que al final todo haya salido bien, pese a este gran susto. Cuídate.
Abrazos
Carlos B.
Publicado por: Carlos B | 31 agosto 2012 en 23:19
Preciosa tu escala, pero ten mas cuidado. Te queremos. Los Chueca.
Publicado por: Maria | 21 septiembre 2012 en 01:19
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Publicado por: maillot santos fc nike | 29 agosto 2013 en 21:06
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Publicado por: inter milan dragon jersey | 09 septiembre 2013 en 03:46